Laura Wittner (1967)

Laura Wittner, El pasillo del tren. Buenos Aires, Ediciones La Trompa de Falopo, 1996. Dimensiones: 16,50 x 10,50 cm.

”No es que leamos mal los signos / Es que las cosas no son signos. / Andan solas, tan sueltas / que pueden deshacerse”, escribió Laura Wittner en un poema de su primer libro, El pasillo del tren. ¿Cómo puede la poesía estar a la altura de la percepción si las cosas no son signos? ¿Decir la percepción es equivalente a percibir o incluso es mejor que percibir o acaso el poema es ciego? ¿Para qué entonces, la poesía? Esas preguntas acosaron la poesía de Wittner en muchos de sus poemas. Se desvive en las connotaciones, en las disyunciones, y desespera de lo general, de lo que anula los matices, lo infinitesimal de la mirada con cada palabra dicha. Su poesía a veces desconfía de la posibilidad de conocer los objetos mismos, como si fueran piezas para un laboratorio que se deshace ante la mirada desprevenida y que ya no tiene un punto siquiera donde apoyarse y afirmarse. Y sin embargo, pocas poetas logran semejante inmersión en la densidad de las cosas. Aunque el yo del poema se retire de pronto, lo que nos queda es la huella fulgurante de lo visto. Lo hogareño y lo extraño, lo familiar y lo inusual al mismo tiempo, como si fueran lo mismo. Como una anunciación, El pasillo del tren revela que esa atención a las cosas es en verdad una manera de atender al tiempo. Escribir el poema de los breves hechos pasajeros –como un viaje en tren que atraviesa fronteras, límites, lugares– que se cuentan para fijar, en lo mínimo, el paso del tiempo, ya que cada momento se desvanecerá: “Una mirada de adiós desde el tren en marcha / quisiera ser una mirada especial / y es como todas, este lugar que ocupamos / ahora, vacío de nosotros, / inicia el movimiento de retroceso / de replegarse en la memoria / para al mismo tiempo molestar / dando la señal de que / seguirá existiendo”.