Teresa Arijón (1960)
Teresa Arijón, La escrita. Buenos Aires, Último Reino, 1988. Dimensiones: 21 x 11 cm.
La poesía de Teresa Arijón busca en su ejercicio, como un rezo, la salvación, una magia de permanencia, aun en el espacio de una catástrofe: la fuerza de una inmovilidad ilusoria para un axolotl muerto, las aguas sanadoras para el veneno que hostiga al roedor, el canto de las sirenas para el barco partido en dos por la rompiente. Como si el poema fuera tanto el testimonio de la desgracia y la pérdida como el agente de una redención por medio de la palabra. Esa tensa dicotomía vital entre lo perdido y lo salvado, requiere que el dolor tenga algún sentido y aquello que reste de él dibuje al menos un signo que permita comprender o conjurar el fin: al atravesar el fuego, salvarse del fuego nombrando el fuego. Y en los años de su primer libro, La escrita, la sujeto ya intuía cuál sería la lógica de su imaginario: la palabra de la lengua materna se ha perdido con el rostro mismo de la madre muerta. Por eso el cuerpo abandonado de una niña se transforma en ese doble que se ofrece como un blanco para ser escrito. Para ser ella misma la escrita: los signos inscritos serán sin tregua un modo de su imposible retorno. Allí se funda la poética de las huellas, en “el vínculo de la herida: / cuando construí la imagen / y quise serle fiel / y buscar en cada palabra”. Desde entonces los signos de la poesía de Teresa Arijón perciben la materialidad de lo desvanecido, el rayo fulgente en su incandescencia olvidada, hasta volverse hija de su propio nombre o, simplemente, hija del nombre. Sólo allí “persiste el corazón salvaje”.