Anahí Mallol (1968)

Anahí Mallol, Posdata. Buenos Aires, Siesta, 1998. Dimensiones: 10, 80 x 9 cm.

Anahí Mallol ha dicho que lo sentimental es una coartada cuando estaba herida la poesía de la creencia. Porque en sus poemas no es lo sentimental lo que se labra, sino aquello que el sentimiento toma por objeto: los animales y las ciudades y las piedras, pero también el odio del amor. Y una investidura más: todos ellos son atributos de un yo que juega a elaborar sus máscaras: glam y capricho, desdén y risa, timidez y desafío, frágil presa y lenta cazadora. Por un larguísimo rodeo la poesía de Mallol llega a decir de un modo asertivo aquello mismo que ha negado: la afirmación de lo sentimental, pero enunciado bajo la forma de la ironía. “No se trata nunca de expresarse: la poesía es desdichada”, escribió. Porque Mallol usa la ironía, economía del afecto, para desmarcarse de lo que late en sus poemas: la sujeto que es magnífica deseante del  intimismo, donde persiste la vida memorable, bajo la extraña especie de una deslenguada lenguaraz del minimalismo y las miniaturas. Siempre es orfebre, detallista, miniada. Ya lo ensayaba en aquel pequeño libro, Postdata, con gestos y tonos que evocaban, en sus recodos, ciertos recursos de las vanguardias de los años veinte: esas imágenes abruptas que unen lejanías y buscan las postales cosmopolitas en sus vibrantes mutaciones. Pero los poemas del primer libro de Anahí Mallol, de pronto, se diferencian con lo propio de su tiempo, giran en la actualidad íntima del fin de siglo, siempre extrovertido en señas y en enigmas pero sin estridencias ni vastedades, sino con finísimo pincel: “Cuando un segundo sol / brilló sobre Japón / (fungiforme es lo más bello / que el hombre puede ver) / ella estaba sola / ante el ojo oblicuo de Dios. / Grabó sobre la piel / un mapa sin color. // Diminuto como un sexo / de varón recién nacido / un dedo / recorre el kimono de seda. / Azul”.